martes, 4 de marzo de 2008

 

Educar en la Argentina


No vale la pena el comentario, simplemente copio las palabras de alguien a quien no conocía pero que con un magnífico poder de síntesis reproduce lo que percibimos quienes estamos en el oficio de enseñar.

"Es Tiempo de educar también en Argentina «Si se diera una educación del pueblo todos estaríamos mejor» Argentina se enfrenta a una gran emergencia. No es ante todo la emergencia política ni tampoco económica –a la que todos, de la derecha a la izquierda, confían la posibilidad de “reanudar la marcha” del país–, sino algo de lo que también dependen la política y la economía. Se llama “educación”. Concierne a cada uno de nosotros, a todas las edades, porque mediante la educación se construye la persona y, por lo tanto, la sociedad. No es simplemente un problema de instrucción o inserción en el mundo del trabajo. Algo está ocurriendo que no ocurrió nunca antes: está en crisis la capacidad de una generación de adultos de educar a sus propios hijos. Durante años, desde los nuevos púlpitos –escuelas y universidad, periódicos y televisiones– se ha predicado que la libertad es ausencia de vínculos y de historia, que se puede crecer sin pertenecer a nada ni a nadie, simplemente siguiendo el propio gusto. Hasta el punto de que hoy es normal pensar que todo da igual, que en el fondo nada tiene valor, excepto el dinero, el poder y la posición social. Se vive como si la verdad no existiera, como si el deseo de felicidad que constituye el corazón del hombre estuviera destinado a quedar sin respuesta. Se ha negado la realidad y la esperanza de un sentido positivo de la vida. Por ello, corremos el riesgo de ver crecer una generación de chicos que se sienten huérfanos, sin padres ni maestros, obligados a caminar como sobre arenas movedizas, bloqueados frente a la vida, aburridos y a veces violentos, en todo caso en manos de las modas y del poder. Pero su aburrimiento es hijo del nuestro, su incertidumbre es hija de una cultura que ha demolido sistemáticamente las condiciones y los lugares mismos de la educación: la familia, la escuela, la Iglesia. Educar, introducir a nuestros jóvenes en la realidad y en su sentido, aprovechando el patrimonio que viene de nuestra tradición cultural, es posible y necesario, y es una responsabilidad de todos. Hacen falta maestros –y existen–, que entreguen esta tradición a la libertad de los chicos, que los acompañen en una verificación llena de razones, que les enseñen a estimar y quererse a sí mismos y las cosas. Porque la educación comporta un riesgo y es siempre una relación entre dos libertades. Todos hablan de capital humano y de educación; nos parece fundamental hacerlo a partir de una respuesta concreta, experimentada, posible y viva. No es sólo una cuestión de profesionales de la enseñanza o de entendidos, el valor de la educación nos involucra a todos.

Mons. Luigi Guissani

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